En el mundo animal, los odontocetos, es decir, cetáceos con dientes como las belugas, los delfines y las orcas, utilizan las vibraciones sonoras tanto para comunicarse como para hacer ecolocalización de las presas o de los posibles obstáculos en el agua. Con un órgano específico llamado melón, una masa de tejido adiposo situada en la parte frontal de la cabeza, los odontocetos son capaces de emitir sonidos y recibir el eco reflejado por los objetos que les rodean, determinando su distancia, forma y estructura.
Con un poco de entrenamiento y hábito, incluso los humanos pueden usar sus habilidades auditivas para captar el tono, el timbre y la intensidad del sonido del eco e interactuar con su entorno. Las personas con discapacidad visual se han convertido en expertas en captar y utilizar estas pistas acústicas por necesidad: para orientarse de forma independiente y segura, estas personas escuchan el eco reflejado por los objetos y las paredes golpeadas por el bastón o por los sonidos emitidos con la boca.
Además, a diferencia de las personas videntes, las personas con capacidad visual limitada son más capaces de distinguir mejor los sonidos presentes a una distancia muy corta entre sí. De hecho, parece que, aunque el fenómeno de la ecolocalización se produce de manera similar en los seres humanos y los animales, las personas utilizan esta capacidad para compensar una carencia, como el sentido de la vista.