El teatro griego de Siracusa, construido en el siglo V a.C., es uno de los más bellos testimonios arquitectónicos de la antigüedad. Con su escalinata tallada en las laderas rocosas del Colle Temenite y orientada hacia el mar, el teatro cuenta con uno de los auditorios más grandes y fascinantes del mundo clásico, capaz aún de ofrecer magníficas representaciones teatrales. Más allá del asombro inicial ante la grandeza arquitectónica, surge espontáneamente una pregunta: ¿cómo escuchaban los antiguos a los actores en un espacio tan amplio y abierto?
El secreto de la acústica de los teatros griegos y romanos reside en la particular forma semicircular que impide la dispersión de los sonidos. La construcción tuvo en cuenta la reverberación de las ondas sonoras con respecto a los materiales y su ángulo. Según los investigadores del Instituto de Georgia en Atlanta, la inclinación de los escalones de piedra actúa como un filtro acústico, cortando las frecuencias bajas que crean molestias, como el zumbido de los espectadores y el ruido ambiental de fondo, y realzando la voz de los actores y el sonido de los instrumentos musicales. Los antiguos no solo comprendían las reglas acústicas de la propagación del sonido en el exterior, sino también que el reflejo de la pared del escenario y de la tarima situada delante del mismo reforzaba la intensidad acústica, con el resultado de que las voces eran perfectamente audibles a más de 60 metros de distancia. Los griegos y los romanos eran muy conscientes del potencial de este modelo arquitectónico, hasta el punto de reproducirlo en todas partes.