Muchas especies de peces y mamíferos marinos, como los cetáceos, son muy sensibles a los sonidos y dependen de ellos para orientarse, encontrar comida, localizar una pareja, evitar los depredadores o comunicarse. Para ello, emiten ondas sonoras de alta frecuencia desde una cavidad cerca del orificio de soplado. Estas ondas son reflejadas por el objetivo (el obstáculo o la presa), y el cetáceo las recoge de nuevo y su cerebro las interpreta y cartografía. Sin embargo, incluso en el mar, la contaminación acústica puede convertirse en un grave problema.
Cuando las ballenas y los delfines perciben y se alejan de un peligro potencial - como el ruido producido por un sonar - aumentan su gasto de energía en un 30% aproximadamente, limitando sus reservas de oxígeno y su capacidad de orientación. Este esfuerzo físico es una de las causas de los varamientos masivos a lo largo de las costas que cada vez vemos con más frecuencia en los medios de comunicación.
Para evitarlo, se han puesto en marcha varias iniciativas para proteger estas especies y nuestros mares. Una de ellas es un proyecto internacional de investigación para reducir el ruido en la zona del Mediterráneo, en el marco del ACCOBAMS (Acuerdo para la conservación de los cetáceos en el Mediterráneo, el Mar Negro y las zonas atlánticas contiguas), y el Santuario de Pelagos, una zona marina protegida para los mamíferos marinos.